El Día de Acción de Gracias
Este día nos debe llevar a recordar que nuestra vida como
católicos es una constante acción de gracias
Por: Archbishop Jose H. Gomez | Fuente:
www.satodayscatholic.com/ArchGomez.aspx
Para la mayoría de los norteamericanos, el Día de Acción de
Gracias es un día especial, donde ante todo se celebra la unidad familiar. En
efecto, las familias se reúnen en Thanksgiving con más frecuencia que en
cualquier otra fiesta, incluyendo la Navidad, y según estadísticas de las
tiendas, este es el día en que más comida se consume en el país.
Pero además de estos aspectos tradicionales del encuentro
familiar y de la gran cena, está también el sentido religioso de esta fiesta,
muy presente desde sus orígenes. Según la tradición, los peregrinos celebraron
la primera cena de agradecimiento en 1621, junto a un grupo de nativos. El
evento quería ante todo dar gracias a Dios por la abundancia de las cosechas en
el nuevo mundo.
Con el paso de los años, esta celebración se convirtió en un
evento nacional, finalmente sancionado por el mismo Presidente George
Washington. Hoy, los católicos celebramos el Día de Acción de Gracias no sólo
como una fiesta nacional, sino también como una fiesta auténticamente católica.
Digo que es una celebración verdaderamente católica porque
incluso antes de la “primera” celebración de Thanksgiving en 1621 en suelo
norteamericano, el 30 de abril de 1598, en Texas, Don Juan de Oñate ya había
declarado oficialmente un “Día de Acción de Gracias”, que fue conmemorado con
el santo sacrificio de la Misa.
Oñate hizo lo más propiamente católico: celebrar la
Eucaristía, una palabra que viene del término griega Eukaristein, y que
significa, precisamente “acción de gracias”.
En efecto el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda
que “Creer en Dios, el Único, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias
inmensas para toda nuestra vida”, (CCC 222); y luego agrega que esto implica,
“vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo
que poseemos viene de él: ‘¿Qué tienes que no hayas recibido?’ (1 Co 4:7)
‘¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?’” (Sal 116:12) (CCC 224)
Esta es la razón por la cual, pese a que Thanksgiving no es
una fiesta de guardar en el calendario católico, el calendario litúrgico de la
Iglesia en los Estados Unidos lo celebra con la solemnidad de dos lecturas —
una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento — y con una emblemática lectura del
Evangelio de Lucas: el pasaje del “Magnificat” pronunciado por la Santísima
Virgen María, en la que ella declama una de las más hermosas y profundas
acciones de gracias al amor infinito de Dios: “proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad
de su sierva… porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, y su nombre es
santo”. (ver Lc 1: 41-55)
Aunque la Virgen María lo vivió de manera única y
privilegiada, todos podemos decir que en nuestra vida, en nuestra familia, en
Estados Unidos, podemos elevar nuestra acción de gracias a Dios porque nos ha
dado más de lo que imaginamos o merecemos, simplemente porque, como nos dice
nuestra Santa Madre, Él ha hecho obras grandes por nosotros, y su nombre es
santo.
Por eso, los católicos no sólo debemos celebrar el Día de
Acción de Gracias con profundo espíritu de oración, agradecimiento y alegría,
sino que la celebración de este día nos debe llevar a recordar que nuestra vida
como católicos es una constante acción de gracias, a través de nuestros actos
de la vida cotidiana, que deben todos ellos dar gloria a Dios, y de manera
especial a través de la celebración de la Eucaristía, que como nos dice el
Catecismo: “La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una
bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus
beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y
la santificación. ‘Eucaristía’ significa, ante todo, acción de gracias”. (CCC
1360)
Este fin de semana iniciamos el tiempo especial del
Adviento. A través de él nos preparamos para recibir el supremo regalo de Dios:
su propio Hijo, hecho uno de nosotros para reconciliar a la humanidad.