
¿Qué se celebra el Viernes de Dolores?
La celebración de Nuestra Señora
de los Dolores es una antigua celebración mariana con muchísimo arraigo en
Europa y en América. Prueba de ello son las numerosísimas muestras de piedad
popular en torno a su devoción.
En este día, tan próximo en su
celebración antigua y que ha continuado, se contempla la figura de María en la
Pasión, acompañando a Jesús en la distancia y sufriente al pie de la Cruz. La
Virgen Dolorosa, como también se la conoce popularmente, encarna siete dolores
que son contemplados piadosamente por los fieles. Estos dolores los sufrió
María durante toda su vida y están muy relacionados con su Hijo. Era el
cumplimiento de lo que le dijo el anciano Simeón al presentar al Señor en el
Templo: “Y a ti una espada te atravesará el alma”.
Los 7 dolores de la Virgen
Los siete dolores de la Virgen
muestran momentos claves de la vida de Jesús y de su camino hacia la crucifixión
y muerte. Son los siguientes:
1.
La
profecía de Simeón: “Mira, éste ha sido destinado para ser caída y
resurrección de muchos en Israel, y como signo de contradicción –y a ti misma
una espada te atravesará el alma-, para que se descubran los pensamientos de
muchos corazones”. (Lc 2, 22-35)
2.
La huida
a Egipto: “Después de haberse marchado, un ángel del Señor se apareció en
sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a
Egipto; quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño
para acabar con él”. Él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche y se
fue a Egipto. Allí estuvo hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo
que anunció el Señor por el profeta al decir: “De Egipto llamé a mi hijo”, (Mt
2, 13-15).
3.
La
pérdida del Niño Jesús en el Templo: “Pasados aquellos días, al regresar,
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtieran.
Pensando que iba en la caravana, anduvieron una jornada buscándolo entre sus
parientes y conocidos; pero, al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su
busca. Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de
los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían
estaban asombrados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se
maravillaron y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo
tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Y él les dijo: “¿Por qué me
buscabais? ¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” Pero ellos
no comprendieron la respuesta que les dio”, (Lc 2, 41-50).
4.
Encuentro
con Jesús en la calle de la Amargura, camino al Calvario: “Apenas se ha
levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima,
junto al camino por donde El pasa. Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús
mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su
propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de
Jesucristo. ¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor
comparable a mi dolor! (Lam I,12). Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo
Jesús. Se ha cumplido la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma (Lc
II,35). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un
bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina. De la
mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y
en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre. Sólo así gustaremos de la
dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del amor,
llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra“, Via Crucis, XIV
Estación.
5.
La
crucifixión: “Estaban de pie junto a la Cruz de Jesús su madre y la hermana
de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Viendo Jesús a su madre y
junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre: “Mujer, ahí tienes a
tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella
hora el discípulo la tomó consigo. Después de esto, sabiendo Jesús que todo se
había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había
allí un vaso lleno de vinagre; y atando a una rama de hisopo una esponja
empapada en el vinagre, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el
vinagre, dijo: “Todo está consumado”. E inclinado la cabeza, entregó el
espíritu“, (Jn 19, 25-30).
6.
El
descendimiento de Jesús muerto de la Cruz: “Al atardecer, como era la
parasceve, esto es, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro
ilustre del Sanedrín, que esperaba también el reino de Dios; y con valentía se
llegó hasta Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya
hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si ya había muerto. Al
asegurarse por el centurión, entregó el cuerpo a José. Este compró una sábana;
lo bajó y lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que estaba excavado
en la roca y rodó una piedra a la puerta del sepulcro “, (Mc 15, 42-46).
7.
El duelo
por la sepultura y la soledad: “Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor a los judíos, pidió a Pilato
permiso para retirar el Cuerpo de Jesús. Pilato lo concedió. Fue, pues, y
retiró el cuerpo de Jesús. Llegó también Nicodemo –el que antes había ido a él
de noche- trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de unas cien libras.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron con lienzos y aromas, como acostumbran
a sepultar los judíos. Había un huerto en el lugar donde fue crucificado, y en
el huerto un sepulcro nuevo, en el que todavía nadie había sido sepultado. Como
era la Preparación de los judíos, y por la proximidad del sepulcro, pusieron
allí a Jesús” (Jn 19, 38-42).
¿Qué contemplamos el Viernes de Dolores?
Así, en Viernes de Dolores
contemplamos piadosamente el dolor de una Madre transida de sufrimiento por su
Hijo. Así nos la representa la iconografía: de negro, con una espada
atravesándole el corazón, con lágrimas en los ojos, las manos con los dedos
entrelazadas en actitud de súplica desesperada en medio del dolor y la cara desencajada
de tanto sufrimiento.
Pero en Viernes de Dolores
contemplamos más cosas a parte de la Madre dolorosa que acompañó a su Hijo en
toda su amarga Pasión. Contemplamos a una Madre sin consuelo pero que sigue
confiando en Dios, que, al pie de la Cruz, le da su “sí” al cumplimiento de la
voluntad de Dios. El “sí” de la Anunciación, su “hágase”, requería el “sí”
doloroso y amargo al pie de la Cruz.
Por mandato de su Hijo, al pie de
la Cruz, se convirtió también en nuestra Madre. Fuimos engendrados en medio de
lágrimas y de sufrimientos. María, como Madre nuestra, no deja nunca de
acompañarnos en el camino de nuestra vida, y no deja tampoco de sufrir por sus
hijos y con sus hijos. No es una madre insensible, es una madre dolorosa que
está al lado de sus hijos en todo momento. Es la buena madre que nunca
abandona.
Fuente: Los tesoros de la Liturgia