En estos tiempos que corren, marcados por la crisis
y los recortes, los problemas económicos se han convertido en una pesada carga
en la vida de muchas personas, generando situaciones de verdadera angustia y
stress.
En estos tiempos que corren, marcados por la crisis
y los recortes, los problemas económicos se han convertido en una pesada carga
en la vida de muchas personas, generando situaciones de verdadera angustia y
stress. Como si estuvieran atrapadas en un callejón sin salida, la gente busca
una solución que les permita resolver sus necesidades de vida. La experiencia
dice que no siempre es fácil.
Pero no hay
que desesperar.
Como discípulos de Jesús hemos de llevar nuestros
problemas, incluyendo por supuesto los económicos, a la Palabra de Dios. En
ella el Señor siempre nos da la respuesta que necesitamos. Leerla, y orarla,
bajo la guía del Espíritu Santo, transforma nuestro corazón y nuestra mente.
Ella es luz en el sendero, y lámpara para nuestros pasos (Salm. 118, 105)
¿Cómo nos enseña la Biblia a enfrentar los
problemas económicos? A continuación 6 consejos muy luminosos de la Palabra
sobre este tema tan importante:
1. Lo
primero es lo primero: el Reino de Dios
Jesús es claro, no debemos estar agobiados pensando
qué comeremos o cómo nos vestiremos, es decir, como resolveremos el día a día.
Él nos pone como ejemplo a las aves del cielo, y a los lirios del campo. El Padre
conoce de antemano lo que requerimos para vivir, por lo que la actitud básica
del cristiano es la confianza y el abandono en las manos amorosas de Dios (Mt.
6, 25-34)
Sin embargo, hay una condición: que busquemos
primero el Reino de Dios y su justicia, es decir, que en nuestra lista de
prioridades lo primero para nosotros sea hacer la voluntad de Dios, vivir según
la norma del Evangelio, en seguimiento a Jesús de Nazaret,… todo lo demás se
nos dará por añadidura (Mt. 6, 33). Esa es su promesa.
2. ¡Trabaja!
La Palabra
enseña que el medio normal para ganarse el sustento diario es el trabajo. Este
principio rige a toda la estirpe de Adán, que ha de ganarse el pan con el sudor
de su frente (Gen. 3, 19). Así mismo, el trabajo forma parte de la vocación humana
universal: vayan y sometan la tierra (Gen. 1, 28).
La actitud de abandono y de confianza que nos
aconseja Jesús no nos exime del deber de trabajar, sumando esfuerzo e
inteligencia, para lograr satisfacer las necesidades de vida. Para un cristiano
el trabajar no es un castigo, es un modo de servir a la comunidad y una fuente
de bendición: ¡Trabajar no es un castigo!: una teología positiva del trabajo
Pablo nos da ejemplo, él compartía el oficio de la
predicación con el arte de tejer tiendas (Hch. 18, 3). Además nos previene de
la tentación de ser negligentes en la tarea, como, aparentemente, ocurría en la
comunidad de Tesalónica /2 Tes. 3, 6-7), pues el que no trabaje que tampoco
coma, por lo que se nos exhorta a trabajar con sosiego para ganar el propio pan
y no ser una carga para nadie (2 Tes. 3, 8-12).
Por cierto, si hemos perdido el empleo, ello no
significa que no tengamos trabajo, pues buscar colocarse es ya de por si un
trabajo, y bien gordo.
3. ¡Descubre
tu talento!
En la parábola de los talentos Jesús nos dice que a
cada uno de nosotros se nos han confiado unos dones, nuestra misión es
descubrirlos y crecer en ellos para que la gracia se multiplique en los campos
de Dios. Como enseña Jesús, salgamos a negociar el talento para que aumente, y
recibir aún más (Mt. 25, 14-30)
Estoy convencido que está parábola encierra un gran
secreto incluso para que prosperemos económicamente: descubrir el propio
talento, trabajarlo, ponerlo al servicio redundará en beneficios para nosotros.
Lamentablemente, muchos hacemos como el siervo
perezoso de la parábola, escondemos los dones recibidos, los enterramos, y ello
se refleja en los resultados que obtenemos.
4. ¡Ora!
Jesús nos enseñó en el Padrenuestro a pedir el pan
de cada día (Lc. 11, 2-4). De esta manera llevamos a la oración las necesidades
económicas para que el Señor nos socorra y provea nuestro sustento. Cuando
oramos sabemos que Dios conoce de antemano lo que necesitamos (Mt. 6, 8).
Si sentimos que el Señor se toma su tiempo en
atendernos, recordemos que Jesús nos exhorta a persistir en la plegaria, como
el amigo inoportuno a la medianoche (Lc. 11, 5-8) o como la viuda pobre frente
al juez injusto (Lc. 18, 1-8)
Si tenemos que enfrentar una situación económica
que parece insoluble pidamos a Dios el don de la sabiduría (Stg. 1, 5), a fin
de encontrar una salida al problema que nos agobia. Nunca olvidemos que para
Dios nada hay imposible (Lc. 1, 37) y que todo es posible para el que cree (Mc.
9, 23)
Presentemos al Padre lo que nos preocupa (Filp. 4,
6), y esperemos en su gran misericordia que siempre se manifiesta en el momento
oportuno.
5. ¡Comparte
tus bienes!
Jesús nos previene de la tentación de acumular tesoros
en la tierra, poniendo nuestra confianza en la posesión de los bienes
materiales (Mt. 6, 19 y Lc. 12, 13-21) Por lo contrario, su invitación es que
compartamos con los demás, especialmente con los más pobres, de lo mucho o poco
que tengamos (Mt. 19, 21)
Es una ley del Evangelio, hemos de dar si queremos
recibir (Lc. 6, 38). Y aunque creamos que somos tan pobres que sólo podemos
ocuparnos de nosotros mismos, siempre tenemos algo que dar a los demás, así sea
nuestro tiempo y nuestra atención.
6. ¡Se agradecido!
Dar gracias a Dios, tanto en la prosperidad como en
la escasez, es proclamar nuestra confianza en la fidelidad y el amor de Dios (1
Tes. 5, 18), quien se toma el trabajo de cuidarnos y de proveer a todas
nuestras necesidades con largueza (Filp. 4,19).
Cuando damos gracias confesamos y reconocemos que
Dios es el dador de toda bendición (Stg. 1, 17), todo viene de su mano, él
dirige nuestra vida según sus designios de amor y misericordia (Rom. 8, 28). La
acción de gracias es siempre fuente de nuevas bendiciones, y trae gozo y paz al
corazón.
Para terminar, un consejo de oro: ¡Acude a la
Virgen María!, ello es nuestra abogada e intercesora delante de Jesús, la que
adelanta su hora como hizo en las Bodas de Caná (Jn. 2, 1-12), la que ha creído
en el cumplimiento de las promesas divinas (Lc. 1, 45) Ella es la madre llena
de amor que Jesús nos confió antes de morir en la cruz (Jn. 19, 25-27)
María, Madre de Misericordia, asístenos en nuestras
necesidades, y llévanos siempre a Jesús, el dador y la fuente de toda
bendición. Amén.
Autor: Marcelo Martín | Publicado originalmente en:
El Blog de Marcelo