Cristo, nuestra vida

Todos estamos hambrientos de vivir más y mejor. Una vida próspera y feliz es el ideal de la Humanidad. Son muchos los caminos emprendidos en la historia en busca de una vida verdaderamente mejor. Y a nosotros, los hombres hambrientos de vida, dice Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn 14,6)

¿Qué significa esto? ¿Cuál es la Vida que ofrece Cristo? ¿Es cosa de personas sensatas o sólo de “beatas”? ¿Se trata de un sentimentalismo o de una fuerza capaz de cambiar el mundo entero?

LA MUERTE QUE DA VIDA
Jesús es novedad, es Vida, es camino, actividad siempre nueva. Pero su Vida nace de su sacrificio y su entrega total a los demás. A pesar de su temor natural, él deseó ardientemente la llegada de la hora de la prueba definitiva (Lc 12,50; 22,15).

La muerte era la mayor prueba de Amor que podía dar al Padre (Jn 14,31) y a sus hermanos (Jn 15,13). Pero con la muerte de Jesús no acabó todo, como pensaron algunos discípulos que después de su crucifixión se marchaban descorazonados de Jerusalén (Lc 24,19-21). Cristo no se limitó a darnos un testimonio de Amor muriendo por nosotros. No quedó ahí la cosa. Su muerte fue algo muy especial, pues a través de ella llegó la Vida. Murió para resucitar con nueva Vida, no solamente él, sino todos los hombres junto con él.

No murió únicamente para conseguir el perdón de nuestros pecados. Sino para mucho más: Para hacer posible la creación de un Mundo Nuevo, donde viva el Amor. Su muerte destruyó todo los sucio y bajo que hay en nosotros, para hacernos revivir en la Vida santa de Dios. Es muerte que sana. Muerte que libera y abre nuevas posibilidades al hombre. Es muerte que trae la justicia, la alegría y la paz. Es la semilla del Amor, que, enterrada, comienza a germinar con fuerza en el mundo. Es muerte fecunda, aceptada y ofrecida conscientemente:

Yo doy mi vida por mis ovejas… El Padre me ama, porque yo mismo doy mi vida… Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente. (Jn 10,17-18)

Jesús sabía muy bien la causa por la que ofrecía su vida: or ellos voy al sacrificio que me hace santo, para que ellos también sean verdaderamente santos. (Jn 17,19)
Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en la cruz, para que todo aquel que crea en él tenga la Vida Eterna. (Jn 3,14-15)

En las cartas de los apóstoles se refleja esta idea de que a través de la muerte de Cristo nos llegó la Vida: A Cristo, que no cometió pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros en él lleguemos a participar de la Vida santa de Dios. (2 Cor 5,21)

Cristo movido por el Espíritu Santo, se ofreció a Dios como víctima sin mancha, y su sangre nos purifica interiormente de nuestras obras malas anteriores para que en adelante sirvamos al Dios que vive. (Heb 9,14)

La muerte de Cristo nos purifica interiormente de manera que podamos servir a Dios con limpieza. Es muerte que nos hace participar de la vida santa de Dios, o sea, que nos posibilita ser amor, servicio y entrega, de una manera parecida a Cristo. Estudiemos un poco más a fondo en qué consiste este “participar de la vida santa de Dios”.

LA VIDA QUE VIENE DE CRISTO
Una Vida Nueva es el gran regalo que da el Padre a través de su Hijo. Es su gran prueba de Amor: Envió Dios a su Hijo único a este mundo para darnos la vida por medio de él; así se manifestó el Amor de Dios entre nosotros. (1 Jn 4,9-10)

Sí, tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga la Vida Eterna. (Jn 3,16)

Pero al mismo tiempo, es Vida, con mayúscula, es el mismo Jesús en persona. Así lo reconoce él: Yo soy… la Vida (Jn 14,6)

Soy el que vive; estuve muerto, pero de nuevo soy el que vive por los siglos de los siglos. (Ap 1,18)

Por eso invita con insistencia para que todo el que tenga sed de vida se acerque a él, como a la Fuente de la Vida: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. Si alguien cree en mí, brotará en él una fuente de agua viva. (Jn 7,38)

Que el hombre sediento se acerque, y quien lo desee reciba gratuitamente del agua de la Vida. (Ap 22,17; 21,6)

Para eso vino Cristo al mundo: Yo vine para que tengan Vida, y la tengan en abundancia. (Jn 10,10)

¿En qué consiste esta vida nueva que trae Cristo?
Es una victoria contra el pecado

Es como volver a nacer después del pecado, que es como una muerte. Salir del sepulcro del egoísmo, de las idolatrías, de la avaricia, de los desórdenes sexuales, de las estructuras opresoras. Jesús es la Vida, que destruye el odio, la injusticia y la explotación…; vence toda clase de pecado, pues el pecado es la muerte del mundo.

Dios, que es rico en misericordia, nos manifestó su inmenso Amor, y a los que estábamos muertos por nuestras faltas nos dio Vida en Cristo. (Ef 2,4-5)

Como el Padre resucita a los muertos y da la Vida, el Hijo también da la Vida a quien quiere. (Jn 5,21)
La fe en Jesús da fuerzas para resucitar a nuestra sociedad, muerta por el egoísmo, creando “hombres nuevos”, justos de corazón, capaces de comprometerse seriamente en la lucha histórica por una liberación integral de la Humanidad. La verdadera fe en Jesús nos hace más personas y más unidos. Es la fuente de la Vida querida por Dios, en la que cada uno se pueda sentir realizado en el servicio de sus hermanos.

El que cree en el Hijo tiene la Vida. (Jn 3,36)

La fe en Cristo nos hace justos ante Dios (Rom 3,28). Da fuerzas para vencer los males del mundo, que son el orgullo y el afán egoísta de acumular poder, plata y placer.

Todo hijo nacido de Dios vence al mundo. Y la victoria por la que vencimos al mundo, es nuestra fe. (1 Jn 5,4)

Es vivir de Cristo y como Cristo
La Vida que da Cristo no es sólo perdón de los pecados y victoria sobre los males del mundo. Es algo totalmente positivo. Es una luz y una fuerza especial (Jn 8,12; 12,46), que hace posible esta “Vida Nueva” (Rom 6,4), que comienza ya en la tierra y llega a su perfección después de la muerte.

Jesús comunica su propia manera de ser. Nos hace parecidos a él en su fe, su entrega y su generosidad. La Vida que viene de él vence a la muerte y permanece para siempre.
Cristo Jesús, nuestro Salvador, destruyó la muerte e hizo resplandecer ya la Vida y la Inmortalidad por medio del Evangelio. (2 Tim 1,10)

Gracias a Cristo, ya es posible comenzar a “vivir para Dios” (Rom 6,11), participar de la Vida de Dios, a través del conocimiento de Cristo y del amor mutuo. Dijo Jesús:
La Vida Eterna es conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús el Cristo... Y así, el Amor con que me amaste permanecerá en ellos, y yo también seré de ellos. (Jn 17,3.26)

Ser de Cristo (2 Cor 10,7), pertenecer a Cristo (Gál 3,29), vivir en él, como Pablo (Flp 1,21). Dejar que Cristo viva en nosotros (Gál 2,20). Dejar que su Amor se manifiesta en nosotros. Ser como otro Cristo en la tierra. Formar en comunidad “un solo cuerpo en Cristo” (Rom 12,5; Gál 3,28). Tener “el pensamiento de Cristo” (2 Cor 2,16). Ser “una criatura nueva en Cristo” (2 Cor 5,17). “Revestirse de Cristo” (Gál 3,27). Dejar “que Cristo se forme en nosotros” (Gál 4,19).

“Que Cristo habite en nuestros corazones por la fe” (Ef 3,17). Seguir “el camino del amor, a ejemplo de Cristo” (Ef 5,2). Sentir que lo podemos “todo, en Aquel que nos fortalece” (Flp 4,13). Ver a “Cristo en todo y en todos” (Col 3,11). Ésta es la Vida que él nos trajo; el tesoro escondido, por el que vale la pena perderlo todo, con tal de adquirirlo.

No se trata de nuevas leyes morales, ni de creer en una serie de dogmas nuevos, ni de practicar ritos religiosos especiales, sino de una nueva actitud ante Dios y los hombre. Es la Vida que hace vivir a los hombres en comunidad de fe y de amor, abiertos a todos, teniendo a Jesucristo por Cabeza.

Es Vida eterna

Jesucristo adelanta la Vida del cielo a esta vida terrena. La Vida eterna ya ha empezado. Ya tenemos el sello del Espíritu, como garantía de la Vida Nueva que hemos de recibir después de una forma completa (2 Cor 5,4-5; 1,22). En medio del dolor y del sufrimiento es posible ya comenzar a gozar de la vida de Dios a través de esa paz, que sólo sabe dar Cristo (Jn 14,27).

Es más, justamente a través de todo dolor humano sufrido junto con Cristo, alcanzamos la Vida. A través de todo lo que sea compromiso por los hermanos llegaremos a la Vida. A través de todo lo que sea compromiso por los hermanos llegaremos a la Vida. Cristo es el Camino (Jn 14,6), la Fuerza para recorrer el camino de la vida (2 Tim 4,17) y el premio para todo el que sale vencedor (Ap 21,7). La Vida que da Jesús llena el corazón del hombre como no puede llenarlo nada, ni nadie, pues nuestro corazón está hecho para él, y no descansará hasta llegar a él.

Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre. (Jn 6,35)

El que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se hará en él un manantial que saltará hasta la Vida Eterna. (Jn 4,14)

La misión de todos los que formamos la Iglesia es justamente anunciar con claridad y valentía, con los hechos y la palabra, “el Mensaje de Vida” (Hch 5,20) contenido en Cristo Jesús. Más adelante, en el capítulo VII, al hablar de la victoria de Cristo, seguiremos profundizando en el tema de la perfección de la Vida que alcanzaremos en Cristo, al otro lado de la puerta de la muerte.


JESUCRISTO, EL SEÑOR

Se le ha dado todo poder
Cristo, “el Señor de la Vida” (Hch 3,15), “es el Señor de todos” (Hch 10,36). Jesús es el centro, el único necesario, “la piedra angular del edificio” (Ef 2,20). Él es “el principio y el fin” (Ap 21,6) de la creación. El que está “en todo y en todos” (Col 3,11). Se le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18)
Cristo es el Jefe único. (Mt 2,10)

Él es la Cabeza de todos. (Col 2,10)

Al comienzo hablábamos que Jesús se hizo pequeño, como uno más de nosotros, sufriente, humillado, perseguido y ajusticiado. Pero ese Jesús resucitó. Y hoy vive glorioso. El Cordero degollado se ha convertido en

Señor de señores y Rey de reyes. (Ap 17,4; 19,16)

Justamente porque se abajó, se humilló y obedeció hasta la muerte de cruz, el Padre lo levantó hasta lo más alto.

Dios le engrandeció y le dio un nombre que está sobre todo nombre. Para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen en los cielos, en la tierra y entre los muertos. Y que toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para la gloria de Dios Padre. (Flp 2,9-11)

Dios colocó todo bajo los pies de Cristo... Cuando lo resucitó de entre los muertos, lo hizo sentar a su lado, en los cielos, mucho más arriba que todo Poder, Autoridad, Dominio, o cualquier otra Fuerza Sobrenatural que se pueda mencionar, no sólo en este mundo, sino también en el mundo futuro. (Ef 1,20-22)

El Señor resucitado
Cristo resucitado es “el Señor”. Así lo confesaron con firmeza los primeros cristianos: Sepan con seguridad todas las gentes de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quienes ustedes crucificaron. (Hch 2,36)

Cristo murió y resucitó para ser Señor, tanto de los vivos como de los muertos. (Rom 14,9)

En aquel mundo pagano, en el que las autoridades exigían ser adoradas como dioses, los cristianos mantenían con fe viva que uno solo era su Señor; y por mantener esta confesión de fe dieron la vida muchos miles de ellos.

Para nosotros hay un solo Señor, Cristo Jesús, por quien existen todas las cosas, y también nosotros. (1 Cor 8,6)

A aquellos cristianos se les perseguía a muerte por creer en Cristo. En los juicios se les exigía a veces maldecir de su Señor, y en aquellos trances apurados, sabían poner en peligro su vida, confesando “guiados por el Espíritu Santo” que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12,2-4). Sabían que con ello, aunque muriesen, serían felices para siempre (Rom 10,9).

Jesús mismo, durante su vida mortal, había dicho, refiriéndose a su muerte en cruz:

Cuando yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí. (Jn 12,32)

Él es ciertamente el centro de gravedad de todo lo bueno que hay en el mundo. Es la “piedra principal del edificio”, que no puede ser desechada, sin el peligro de un gran desastre (Mt 21,42-44), pues “en ningún otro se encuentra la salvación” (Hch 4,11-12). Por eso pudo decir: Quien no está conmigo, está contra mí, y quien no junta conmigo, desparrama. (Lc 11,23)

Jesús nos pone en una gran alternativa personal. Obliga a elegir: o con él o contra él. “No se puede obedecer al mismo tiempo a dos señores”. Él y el apego a las riquezas no pueden estar juntos (Mt 6,24). Hay que elegir o “el honor que viene de los hombres” o “la gloria que viene de Dios” (Jn 5,44; 12,43).

Los tibios, que quieren nadar a dos aguas, le dan náuseas a Cristo (Ap 3,15-16). Es un Señor exigente, que exige mucho al que le da mucho (Lc 12,48), y no permite mirar para atrás una vez que se ha puesto la mano en el arado (Lc 9,62). Es un Señor que exige dejarlo todo para seguirle (Lc 14,33) y amarle más que a nuestra propia familia (Mt 10,37-39).

Es Señor por amor
Cristo es Señor, pero no a la manera de los gobernantes de este mundo (Mt 20,25-28). No tiene nada que ver con los reyes, los presidentes, los estancieros o los patronos de una empresa. Él es Señor porque amó hasta el fin. Porque se igualó con los marginados de su tiempo, compartió sus penas y se hizo el servidor de todos. Porque supo morir por el pueblo es el Señor del pueblo. Es Señor por amor. Por eso es un Señor que no obliga a nadie a seguirle. No violenta, ni fuerza a nadie.

Es Señor que sabe respetar y comprender a todos. Al que quiera seguirle, le llenará de sus riquezas, su vida, su Amor, su entrega a los demás, su Fortaleza, su Alegría, su Paz. Pero sin forzar a nadie. Él se ofrece con todo respeto: Si quieres seguirme… Mt 19,21)

El egoísmo endurece el corazón de manera que no aceptemos a Jesús como al Señor necesario y suficiente. Como Tomás, somos duros para creer en el Resucitado. Pero, como él, sepamos también caer de rodillas ante Jesús resucitado, diciendo también nosotros:

¡Tú eres mi Señor y mi Dios! (Jn 20,28)

Necesitamos a Cristo como Señor. No es imprescindible que tengamos devoción a San Cayetano, a San Antonio o a Santa Lucía. Pero sí es de vital importancia que Cristo sea nuestro centro. Él es necesario y suficiente. Los santos no son sino sus servidores; los que supieron aceptarle como al único Señor de sus vidas. Para el cristiano no puede haber ningún valor absoluto fuera de él. Tener a Jesús como Señor es la gran libertad. Él nos libera de todas nuestras alienaciones.

Sin la ayuda de Cristo resucitado no podríamos hacer nada de provecho en el mundo. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de su presencia. Pero siempre que luchamos por un mundo más justo (1 Jn 2,29) y amamos de verdad (1 Jn 4,7) es Cristo Jesús el que está actuando en nosotros.

Él no deja de llamar a nuestra puerta para que lo aceptemos conscientemente (Ap 3,20), y pueda así actuar a través nuestro con la fuerza y la plenitud de su Amor. Necesitamos del Señor de la Vida, como el sarmiento necesita de la savia de la vid, para poder dar fruto. Dice él: Yo soy el parral verdadero, y mi Padre el viñador... La rama no puede producir fruto si no permanece en la planta... Tampoco pueden ustedes producir fruto, si no permanecen en mí. Yo soy el parral y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí y yo en él, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada... (Jn 15,1-5)

Ojalá sepamos abrir nuestras puertas, y digamos de todo corazón, como los primeros cristianos: Ven, Señor Jesús!(Ap 22,20)

Con Jesús como Señor, podemos también nosotros ser señores de la creación, hermanos todos unos de otros, como lo quiso desde el principio el Padre Dios.

El mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo lo que existe es de ustedes, y ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios. (1 Cor 3,22-23)

Cristo no es Señor solamente de cada uno de los hombres en particular. Es el Señor de todos; especialmente de los que, impulsados por el amor, caminan hacia la formación del Pueblo de Dios. Él es Señor también del futuro: Señor de la Historia (véase núm. 18). Es Señor de la Creación (núm. 28).

En la Cabeza de este cuerpo inmenso que forma la humanidad en marcha hacia su desarrollo perfecto (número 22). Es el Señor que ha triunfado, y de cuyo triunfo comenzamos ya nosotros a disfrutar un poco, y disfrutaremos del todo, unidos a la hora de la resurrección, pues él es el Señor resucitado (núms. 24 al 29).

José Luis Caravias
Cristo, nuestra esperanza
El Amor de Dios según el NT
http://www.mercaba.org/Cristologia/XTO_esp_caravias_07.htm

El Señor les bendiga